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El alcohol en gel desaparece de las góndolas de los supermercados y de los anaqueles de las farmacias a la velocidad de la luz. Si hay o no hay y el precio del producto son los temas del momento en plena “paranoia” del coronavirus en la Argentina.
También los barbijos están en esa condición, con la característica de que prácticamente ya no quedan en el mercado local. Se agrega, por estas horas, otra familia de productos muy demandados: los complejos vitamínicos, en particular aquellos para aumentar la defensa de la tercera edad.
Pero la cuestión del alcohol en gel es de tal importancia que hasta el propio Presidente de la Nación dispuso congelar por 90 días el precio al valor que tenía el 15 de febrero pasado. Se trata de una medida como mínimo polémica porque la propiedad preventiva no es otra que la que ya tiene el alcohol medicinal líquido embotellado que, por lo que se sabe, no está en falta.
La cadena de suministros para elaborar el producto está atada a productos importados, como el gelificante.
Dicho de otro modo, sin ánimo de comparar y sólo a los fines de que se entienda: se pisó el precio del yogur y no de la leche. Una persona que utilice alcohol líquido obtendrá los mismos beneficios que el producto gelificado, sólo que este último es más cómodo para manipular en las actividades cotidianas.
El techo de la oferta
Ahora bien, ¿qué sucede en el mercado con el alcohol en gel? Lo primero que hay que decir es que se trata de un producto “de nicho”, no de consumo masivo. Por la pandemia del Covid19, en apenas 10 días se convirtió en un producto de alta demanda. Pero la industria no está en condiciones de responder a esa exigencia simple y sencillamente porque no está preparada para hacerlo.
Esto es, el puñado de químicas que lo elaboran a gran escala (no más de cuatro) cuenta con una capacidad productiva limitada a su objetivo comercial inicial: atender una demanda de nicho, no masiva.
Esa limitante no sólo pasa por los “fierros” necesarios para elaborarlo, es decir las líneas de producción y los planteles de personal capacitado, sino también por la provisión de insumos. Ejemplo: el gelificante es importado. El proceso de compra lleva su tiempo, traerlo toma varios días más, conseguir que salga rápido de la Aduana, otro tanto.
¿Tapón chino o nacional?
Pero hay más, existe un cuello de botella en las tapas de los envases. Por precio, el principal proveedor de picos dosificadores en este producto y, por ejemplo, en el jabón líquido o en cremas hidratantes, es China. ¿Y las tapas nacionales? Cuestan hasta un 40 por ciento más caras, amén del factor calidad. Como por definición cualquier pandemia es de carácter mundial, el valor de ese insumo también se incrementó en el exterior porque otras industrias en otras latitudes elaboran el alcohol en gel.
Como sucede con los lácteos, el precio de venta al público duplica o triplica a la industria proveedora.
Otras complicaciones pueden surgir en una la línea de producción: modificar el envasado para adaptarse a las circunstancias puede implicar cambiar todo el proceso e inclusive el estibado de cajas en un producto de venta libre (inflamable de primera) pero que requiere sus autorizaciones y sus cuidados, tanto en las plantas industriales como en las góndolas.
Aquél problema en el suministro de gelificantes importados también afecta cualquier posibilidad de comercializar a granel si es que esa fuera parte de la línea comercial elegida. En un proceso como el actual, donde se espera una expansión del virus, lo más atinado sería achicar el tamaño de los envases para que más gente acceda al producto. Hacerlo exige un ciclo largo de trabajo e inversiones.
¿Quién le gana más?
La cadena de comercialización es otro punto que reúne sus bemoles. Por lo general, tanto los fabricantes de alcohol gelificado como los de cualquier producto medicinal de venta libre como el popular ibuprofeno, o de barbijos y suplementos vitamínicos, le entregan esa mercadería a droguerías y accesoristas de farmacias. En el caso del alcohol se agregan los supermercados.
Los tres –droguerías, accesoristas y supermercados– pagan el costo de la industria y revenden a las farmacias sumándoles su propio beneficio. ¿De cuánto es ese margen total? Resulta difícil saberlo, pero en el sector farmacéutico se habla de un ciento por ciento. Hoy, en plena pandemia el diferencial llega a cifras alocadas. Claro que no hay que confundir con rentabilidad neta del producto, pero ese es el margen habitual.
La estacionalidad no empezó
El ciclo de venta del alcohol es estacional. Es decir, se vende más en otoño-invierno por las enfermedades gripales y decae a partir de octubre. A esa altura del año, la industria congela el valor y vuelve a modificarlo en febrero, de cara a la próxima temporada. Marzo sería, en términos futbolísticos, la “pretemporada”.
El ciclo de venta cae en octubre y se recupera desde el otoño. Esta es la «pretemporada».
¿Cuánto aumentó en febrero? Este año, del 10 al 13 por ciento promedio, según condiciones de venta de ese momento porque hay que recordar que hasta mitad de febrero la paranoia del Coronavirus no estaba tan marcada en la sociedad. La cifra para nada es ajena a la estratosférica inflación que padece la Argentina.
Hay, como pasa con el archiconocido caso de los lácteos, una relación si se quiere injusta. Las estructuras industriales tienen límites físicos y humanos, el comercio es sólo un espacio en góndola o de estantería.
¿Quién puede planificar?
La medida de congelamiento dispuesta por Alberto Fernández tiene, de nuevo, otro perfil polémico. ¿Quién aumentó hasta el 15 de febrero puede mantener el precio y quien lo hizo el 16 deberá volver atrás? ¿A quién se va a controlar, al distribuidor o al farmacéutico, o a los dos? La respuesta queda flotando en el aire.
Pero hay otro punto problemático en este escenario. Aún si los productores quisieran fabricar más porque se supone que obtendrían una ganancia mayor, ¿alguien puede decir cuánto tiempo va a durar la pandemia para realizar las inversiones pertinentes? Otra, ¿quién puede planificar inversiones en las condiciones en que está el país?
¿Te acordás de la Gripe A?
Esa es una pregunta incómoda desde el punto de vista sanitario, pero con la experiencia vivida por la cadena en la Gripe A (2009-2010) es razonable hacerla desde lo comercial. Terminado aquél problema afortunadamente antes de lo previsto, la industria se debió “comer” los mayores stocks devueltos por las grandes superficies.
Parece un detalle menor en plena emergencia, pero en una Argentina en crisis y con los costos en alza, cada uno sabe mejor que nadie dónde le ajusta el zapato. Ni qué hablar cuando se trata de un producto de “nicho”, casi de lujo, que en pocos días pasó a jugar en la categoría del consumo masivo. Tomar decisiones en ese escenario es vertiginoso.