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«La gente aún no entró en pánico por el coronavirus». Lo dice un empleado de seguridad de un shopping en Palermo, cuando ve el desfile normal de gente de un sábado lluvioso. «Acá no hay nadie», reconoce a apenas una cuadra de distancia otro empleado, esta vez el de un cine. Es quien da la bienvenida a uno de los complejos de la cadena, y que esta tarde tiene poco que hacer: apenas orientar a quienes cambian la ubicación de sus entradas para cumplir con la distancia por decreto (un asiento de por medio) o mirar fijo la puerta de vidrio de entrada hasta que, después de un rato largo, se abre.
En un complejo de cines de Caballito, la historia se repite: de 1.200 entradas que se venden en promedio los jueves -día de cambio de cartelera-, esta vez ese número se desplomó a 320, un 73% menos. Y este sábado no pinta mejor: no hay fila para comprar tickets ni pochoclos, ni tampoco para entrar a las salas. En este edificio la gente sólo está en el patio de comidas del primer piso.
Los shoppings son por excelencia el refugio porteño de los fines de semana lluviosos. Y este sábado no es la excepción, aunque una pandemia asedie al planeta. En los centros comerciales hay gente en todos lados: en los pasillos flanqueados por tiendas, en las filas de los restaurantes del patio de comidas, en las mesas, en los baños.
Los shoppings, un refugio clásico en los días de lluvia, este sábado tuvieron mucho movimiento. Foto: Juano Tesone
Es posible que detrás de este contraste de shoppings llenos y cines vacíos haya un saber que por estas horas resulta fundamental: qué es un “contacto estrecho” y cómo puede transmitir el COVID-19. Como había dicho días atrás el infectólogo Eduardo López en diálogo con este diario, el criterio estadounidense para definirlo es permanecer “al menos 15 minutos” a una distancia “menor a 1,80 metro” con una persona infectada. Algo que puede ocurrir con mayor facilidad en una sala de cine.
La gente fue a hacer compras a los shoppings como si el coronavirus no existiera. Foto: Juano Tesone
Esta tarde de sábado, el shopping con más gente circulando queda en el Abasto. Pero su cine es otra historia: en el puesto de corte de tickets pasan los minutos y sigue sin aparecer algún espectador dispuesto a entrar a una sala, aunque falte poco para que arranque la proyección de un tanque policial hollywoodense.
En los restaurantes las aguas se dividen, aunque son más los locales llenos que los vacíos. En un bar de Villa Crespo hay fila para entrar, con llovizna y todo. En un restaurante con carta italiana hay incluso más gente que otros sábados de lluvia, algo que sorprende a las mozas. En una parrilla de Palermo que se nutre de vecinos, en cambio, acusan una baja de clientela importante. Algo que no se observa en otra parrilla, más orientada a los turistas, unos metros más allá.
Los cines contrastaron con los shoppings, porque estuvieron vacíos. Foto: Juano Tesone
Llenos o vacíos, en cada uno de estos espacios hay un gesto repetido: el de frotarse las manos. Allí está el famoso alcohol en gel, que se hizo popular con la gripe porcina y hoy está de vuelta en todas partes, menos en las góndolas de muchas farmacias, ya desabastecidas.
A sabiendas de eso, quienes entran a un shopping de Recoleta aprovechan el paseo para tomar el preciado gel del pote de medio litro que está en el puesto de informes. No pasan cinco segundos sin que alguien lo use. «Antes pocos se ponían. Yo misma ahora uso mucho más, porque hay muchos extranjeros que vienen acá, con plata en efectivo de sus países», reconoce una de las empleadas detrás de ese mostrador. En ese shopping el cine tampoco acumula fila: en los últimos dos días se vendieron un 60% menos de entradas, en un complejo con números estables, al que asisten en su mayoría vecinos.
En algunas salas de cine reconocieron que en los últimos dos días vendieron un 60% menos de entradas. Foto: Juano Tesone
La diferencia que sí se percibe en los shoppings, además del gel, es el prolongado lavado de manos. Más de 20 segundos se toma una mujer de unos 25 años en un centro comercial de Palermo, que evidencia haber leído las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Otras la imitan. Los pocos lavatorios que no tienen jabón quedan vacíos, inútiles. Todas se secan las manos con las toallas de papel, un insumo que falta en otros centros comerciales. Cuando salen, abren la puerta con el codo, aunque sea pesada. Simples medidas para cuidarse y seguir sus vidas con la mayor normalidad posible.
NS