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Premios Grammy, enero de 2020. La cantante Billie Eilish, de dieciocho años, desfila por la alfombra roja con una mascarilla de tul negro decorada con el logo de Gucci. Entonces, en pleno estallido del coronavirus en Wuhan (China), la prenda fue vista como una extravagancia más en una joven de pelo fluorescente y estilo alternativo. Tres meses después, los gobiernos en Europa y América se plantean ya instaurar el uso obligatorio de las mascarillas para frenar el avance de la pandemia. ¿Puede esta crisis sanitaria incorporar este elemento al vestuario habitual de Occidente? ¿Se convertirán en un accesorio de moda, como lo hicieron antes otros elementos sanitarios, como las gafas?
En Asia, las imágenes de ciudadanos con mascarillas en las calles y centros comerciales son habituales. En países como China, su uso está extendido para prevenir la contaminación y evitar contagiar un catarro, por ejemplo, y en Corea del Sur es habitual ver a ídolos del k-pop llevándolas en espacios públicos como aeropuertos.
Las mascarillas llevaban tiempo apareciendo en los análisis de tendencias, pero su uso era todavía residual en Occidente
Javier Plazas, consultor de empresas de moda y retail, sitúa el detonante de su uso en el accidente nuclear de Fukushima en 2011. “Gran parte de la estética sanitaria que vemos ahora en España ya se vio entonces en Japón, donde hubo también confinamiento y eran comunes los trajes de protección”, recuerda el experto.
Hacia 2014, se extendió su uso como un complemento de moda entre los jóvenes japoneses, especialmente entre tribus urbanas como los otaku y subculturas como los Yami Kawaii, que emplean la máscara para dar visibilidad a las enfermedades mentales, dice Plazas.
Según un estudio de Market Study Report, publicado el 31 de marzo de este año, el mercado mundial de las mascarillas podría superar los 21.200 millones de dólares en 2026.
Antecedentes
En Europa, los expertos en tendencias consideran que la pandemia puede ser un detonante para la expansión de un elemento que llevaba ya tiempo apareciendo en sus análisis. “Hasta ahora, había matices en su percepción cultural en Europa y Asia”, apunta Vincent Gregoire, responsable de tendencias de consumo en la agencia francesa Nelly Rodi.
Gregoire señala que mientras que en Asia la mascarilla es una muestra de educación y
respeto, en Europa y Norteamérica se relacionaba con una actitud subversiva y de rebelión, como en el caso de los chalecos amarillos en Francia o las protestas en Hong Kong.
“Será un elemento para respetar a la autoridad, pero también para reaccionar a ella”, apunta el experto. En la misma línea, Javier Plazas recuerda que tendrán también un componente reaccionario frente al aumento de la vigilancia y de las tecnologías de reconocimiento facial.
Más allá de los círculos subversivos, el uso mascarillas responde también a una necesidad creciente de protección que ha aumentado en los últimos años, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre y la crisis financiera.
“Es un elemento que estaba ahí, flotando, y que aparecía recurrentemente en los análisis; Sia, Daft Punk, ya empleaban máscaras; en Internet usamos constantemente avatares para esconder nuestra identidad, en casa empleamos filtros para el aire o para el agua”, recuerda Gregoire.
Marcas de moda deportiva y urbana serán las primeras en introducir las mascarillas en sus colecciones
Fase dos: diseño
Una vez el uso esté generalizado, las mascarillas todavía tardarán meses en llegar de forma masiva a las pasarelas y a las tiendas. “Ahora estamos en fase de resistencia, peleando por el virus, ni nos lo planteamos”, apunta Gregoire.
“Después, en junio o julio, llegará la resiliencia, replanteándonoslo todo; y no será hasta finales de año que llegará el renacimiento, cuando queramos por fin pasar página”, sostiene el experto. Ese en ese momento, ya de cara a 2021, cuando entrará el componente de diseño en las mascarillas, hasta entonces empleadas como un elemento puramente funcional.
Las marcas deberán medir muy bien estos tiempos para no capitalizar la tendencia antes de tiempo. “La moda tiene que ir con cuidado porque se puede banalizar el mensaje, tiene que pasar un tiempo”, apunta Plazas.
Una vez que se hayan convertido en un complemento común, llegará la innovación: mascarillas tecnológicas y sostenibles
Los mejor posicionados para capitalizar esta tendencia en una primera fase, son, coinciden los expertos, los operadores de moda deportiva, urbana y outdoor, que ya han comenzado a incorporarlo a su oferta y que están ya especializados en prendas con un componente funcional.
En una segunda fase, se incorporará una mayor creatividad y entrará en escena el lujo. “Es un efecto similar al de Marie Kondo: si lo sigues a rajatabla, es un poco deprimente, siempre necesitas conservar en casa un componente emocional; con las mascarillas ocurrirá igual, habrá que contraponer esa obsesión por la higiene y la protección con diseños más alegres y expresivos”, apunta Gregoire.
Fase tres: un paso más
Una vez que la mascarilla se haya convertido ya en un complemento habitual en el sector, llegará la innovación y la preocupación por aspectos como la sostenibilidad, igual que ha ocurrido en el resto de la moda.
“Podemos imaginarnos mascarillas con dispositivos que interactúen con el teléfono, micrófonos para dar una conferencia, funcionalidades sanitaras o incluso vinculadas a la cosmética, con cremas hidratantes o perfumadas”, anticipa Plaza.
El otro factor clave será el componente sostenible. Aunque, en un primer momento, la inversión por la sostenibilidad que había ganado tracción en los últimos años pueda verse frenada, cuando la situación se normalice también habrá que trasladarla a este nuevo complemento.
Además, subraya el experto, la introducción de este nuevo elemento supondrá también un replanteamiento en la expresión individual. “¿Cómo transmitiremos las emociones? Habrá que trasladar todos esos códigos a este nuevo elemento, que también tendrá que segmentarse por targets: para salir, para hacer deporte, para el trabajo…”.