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La aparición del SARS-CoV-2 y la forma como los gobiernos han intentado controlarlo -con confinamientos masivos de gran parte de la población mundial- han provocado una caída en la actividad económica que, dada su velocidad, magnitud y sincronización, carece de precedente histórico. Con poca diferencia de tiempo, se inicia en China, sigue en Europa, luego Estados Unidos y, finalmente, en Latinoamérica.
China y parte de Asia, Europa y los Estados Unidos de América, en ese orden, dejaron ya atrás el punto más bajo.
A diferencia de otras oportunidades -ejemplo: la crisis financiera del 2008-, el sector servicios ha sido más afectado que la producción de bienes. Ello no es extraño, si pensamos que los servicios requieren en mayor medida de contactos entre personas, contactos que se han buscado minimizar. A nivel global y empujado por un renovado ánimo de los consumidores, el gasto en bienes ya se ha acercado a su nivel precrisis. En China, por ejemplo, las ventas del retail o comercio minorista ya lo han superado y, sorprendentemente, la demanda externa de sus productos ha mostrado gran resiliencia.
En EE.UU., que tiene el sistema laboral más flexible dentro de los países desarrollados, 22 millones de personas perdieron sus empleos en pocas semanas; sin embargo, la economía estadounidense ya ha creado casi 8 millones de nuevos empleos entre mayo y junio. La fuerza laboral nacional ya alcanzó a 160 millones de personas, lo que equivale a un 61,8% de la población. La desocupación llegó a 11,1% aun cuando hasta hace poco se temía llegaría a 20%. Está lejos todavía, eso sí, del 3,5% de febrero pasado.
Las noticias sobre nuevos brotes del virus -si bien llenan las páginas de la prensa- no debieran significar que se volverá a perder lo recuperado, sin perjuicio que veamos algunos retrocesos en el proceso de desconfinamiento. Se ha aprendido lo suficiente del virus como para enfrentarlo de mejor forma. Hay numerosas experiencias, como las de Singapur, Corea y Taiwán, que lo han contenido sin ordenar la prisión domiciliaria de su población por períodos extensos y que podrán mantenerse así en espera de una vacuna. Varias de ellas ya están en etapa de prueba clínica.
Suecia, por su parte, optó por informar a la población y prohibir solo ciertas actividades masivas. Su evolución no es tan distinta, o incluso mejor, que la de otros países con medidas más extremas como Bélgica, Inglaterra o Francia.
Al menos en los países desarrollados, cerca del 50% de los fallecimientos ha ocurrido en hogares de ancianos. En Suecia y Nueva York, estos se vieron particularmente afectados. Las pérdidas de recursos y de calidad de vida, debido a los confinamientos masivos, han sido tan gigantescas, que solo una fracción mínima de ellas habría bastado, con preparación suficiente, para evitar esas tragedias.
Sin duda que la recuperación ya iniciada no podrá ser plena, aunque las estrategias de contención hayan mejorado, mientras la población mundial -sea por vacuna o contagio- no tenga una inmunidad similar a la que tiene para otros patógenos. Al turismo masivo, a los eventos, a los deportes que atraen multitudes, a los gimnasios y casinos, a las discotecas, les tomará tiempo volver al nivel precrisis mientras ello no ocurra. Pero no olvidemos que las personas desean la convivencia social y les entusiasman dichas actividades, de modo que sin duda estarán de vuelta. La vida de aislamiento y claustro no es para las grandes mayorías.
Para aquellos países que no sufran cambios profundos institucionales o el desmantelamiento de empresas y organizaciones productivas como consecuencia de la crisis, el momento actual será visto a poco andar como un episodio muy amargo pero superado. No olvidemos el contexto, eso sí, de que en el mundo fallecen 150 mil personas al día. El promedio de pérdidas de vidas por el Covid-19 de enero a mayo alcanza 2.200 al día; por SIDA fallecen 2.600 personas diarias y de cáncer, 26 mil; mientras por problemas cardiovasculares, 50 mil.
La experiencia indica que las innovaciones tecnológicas –como lo es la tecnología de información– decepcionan en el corto plazo, al compararlas con el impacto que se esperaba de ellas, pero nos sorprenden favorablemente en el largo plazo. Probablemente ello se debe a la incapacidad de las personas e instituciones para adaptarse en forma rápida. Parece evidente que ese proceso de aprendizaje se aceleró por lo vivido en los meses recientes y ello permite una mirada optimista sobre el avance futuro de países que emerjan institucionalmente intactos de este duro período. Ello será más sencillo para las naciones que, como Estados Unidos, tienen una gran flexibilidad laboral: tendrán parte del camino avanzado para reestructurar su aparato productivo.
El gran riesgo, cuyas consecuencias humanas puede ser inmensamente mayor al paso del SARS-CoV-2, es que las naciones, como consecuencia de la crisis, tomen rumbos equivocados. Latinoamérica lo hizo luego de la depresión de los años 30. Los comunistas aprovecharon las dificultades de la post guerra para capturar a Europa del Este.
Hoy se vislumbran intentos de ese oportunismo político tanto en el mundo como en Chile. EE.UU., que vive un proceso electoral, sufre la embestida de un ala rupturista y vociferante que reivindica las políticas de izquierda extrema y que están controlando la agenda del partido demócrata y de su candidato. Grupos organizados y violentos, simbolizados por ‘Black Lives Matter‘, han irrumpido con fuerza y potenciando la intolerancia que ya se vislumbraba en la sociedad. Como dice el gran pensador y economista de raza negra, Thomas Sowell, no les importa la suerte de los de su raza. Solo el poder. Insisten en los mismos planteamientos erróneos que luego de 55 años de la guerra contra la pobreza lanzada por el presidente Lyndon B. Johnson y 20 trillones de USD, no lograron ningún avance. En los 15 años anteriores la pobreza se había reducido a la mitad. Su intolerancia es tal, que a Clarence Thomas, también de raza negra y miembro de la Corte Suprema, le dijeron que había olvidado que ya no era esclavo y que la suya era la vida negra que no importaba. Todo ello por el contenido de uno de sus fallos. Por lo relevante de la economía norteamericana en el mundo, y por el pueblo americano mismo, es de esperar que una vez más ese país evite precipitarse por el rumbo equivocado.
En Chile, hace ya un largo tiempo se ha generado una coalición que tiene por regla el oportunismo. No son siempre los mismos, aunque si cuentan con un núcleo organizado que tienen un propósito preciso y una estrategia clara. Están intentando marcar la agenda y el rumbo del país. Los desórdenes de octubre y el colapso económico generado por la cuarentena le han dado a su modo de ver una oportunidad que no quieren dejar pasar. A sabiendas que empeora las pensiones, tema que constituye una de sus banderas emblemáticas, pretenden iniciar la disolución del ahorro personal y con ello, la eliminación de un instrumento esencial, que explicó buena parte del progreso pasado de Chile. Argentina lo hizo en los 2000; obviamente los pensionados no se beneficiaron, salvo aquellos bien conectados. El país se empobreció y la sociedad pasó a ser más dependiente de los políticos de turno.
Si bien este es uno de los intentos más graves, hay una cantidad enorme de normas, reglas y leyes vigentes o en trámite, que tienen este mismo sello. Pretenden engañar a la sociedad con promesas que supuestamente no tienen consecuencias ni costos, pero que más temprano que tarde terminan perjudicando a todos.
Con la violencia y el virus, el país se empobreció -y todavía lo sigue haciendo. Los líderes le deben a los ciudadanos facilitar el progreso acelerado y no promesas vanas, para una población que ve sus esperanzas cada vez más distantes y difíciles de conseguir.