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Guadalajara, Jalisco. – El ‘Baratillo’ un icónico lugar el Guadalajara, en dónde puedes encontrar todo lo que te imagines, fruta, verdura, ropa, comida, bisutería, piezas de bicis, películas, CD de música, lentes aparatos electrónicos y hasta venta de animales, conocido como el más grande de Latinoamérica.
Pero ¿qué pasará con un lugar que tiene tanta conglomeración de gente? cuándo el gobierno implementa medidas cautelares con los eventos a donde asistan muchas personas ¿Qué sucederá con la gente que asiste a este y otros tianguis porque este es su sustento de vida?
El recorrido es largo, alrededor de 50 cuadras de longitud y cerca de 10 mil puestos que cada domingo se reúnen sobre la calle Juan R. Zavala, desde la Glorieta Santa María, ubicada en la colonia que lleva el mismo nombre; hasta la calle Álvaro Obregón.
Los locatarios llegan cerca de las 5:00 de la mañana a poner sus puestos y se van hasta las 4:00 o 5:00 de la tarde, incluso algunos antes como es el caso de Tania, quien trabaja con su esposo en un local de películas, el puesto es grande y es un negocio familiar, en donde todos se han integrado.
“27 años, siempre hemos estado aquí, solo nos hemos ido esparciendo […] Me gusta el comercio, siempre me ha gustado, si es pesado, todo el día, llegamos aquí a las 4:00 de la madrugada y nos andamos yendo como a las 5:00 de la tarde más o menos” comparte Tania.
“Hay gente que las cosas no el sirven y vienen y le reclaman, o hay gente muy amable que inclusive te deja propina, hay gente que te cuenta su vida, hay de todo”
Los locatarios pagan un permiso semanal, cada que se ponen en su sitio y llega el ayuntamiento y les cobra, se les entrega un boletito como si fuera un permiso o un comprobante de que ya se pagó la cuota.
Pero también deben enfrentarse a los robos que sufren los locatarios por parte de los clientes, a la violencia, al ritmo pesado, e incluso a la delincuencia que viven los tiangueros dentro del mismo lugar.
Es el caso de Rolando, quien menciona que tiene 14 años trabajando en ese tianguis, vendiéndole a la gente botanas, como cacahuates, dulces, nueces garapiñadas, pero quien hace unos años tuvo que moverse de lugar a causa de la inseguridad.
“Es mío, aquí tengo cuatro años, tengo 14 en total, pero me moví porque había mucha delincuencia en donde estaba mi puesto” comenta Rolando.
El siempre ha sido comerciante, y menciona que la gente siempre ha sido constante en su negocio, que todo el año es el mismo flujo que gente.
Catalina tiene 20 años vendiendo en ese tianguis, ella también vende botanas y una de las atracciones de su negocio es que en el puesto que tienen se garapiña frente a la gente, los aromas se apoderan del olfato, que te lleva directo al puesto de la comerciante.
“El negocio es de mi hermano, yo soy su empleada, él tiene 30 años vendiendo aquí […] Empezó con 10 charolas, ahorita ya tiene 80”
“Las ventas no son los que era antes, cada vez es más difícil la situación, pero hay clientes muy fieles, de hecho, lo buscan a él (su hermano) si no lo ven, no llegan, es que él es el que garapiña”, comenta Catalina.
Los colores, olores, ruidos, la multitud, ponen a los sentidos alerta ante todas las cosas que observas es en el lugar, hay muchos locales de hace años, y a cada lugar hacia donde tu gires encontraras algún atractivo visual, algo que te atrapara.
También podrás encontrar venta de animales, conejos, palomas, cotorros australianos, pavorreales, gallos y patos, son algunos de las especies que puedes encontrarte en el Baratillo.
Juan es vendedor de pichones mensajeros desde hace 10 años, en ese tianguis. Estas aves son entrenadas para competir en disputas desde 400 a mil 3000 kilómetros. A los pichones se les pone un chip, se lo llevan y los sueltan para que vuelen y les toman el tiempo.
De acuerdo al vendedor, los premios pueden ser desde los 500 mil pesos, hasta cantidades más grandes.
“Duran hasta 15 o más años, dos meses y medio (se venden) es cuando ya empiezan a comer solos […] hay pichones de diferentes precios, desde 80 pesos hasta 200 o 300 pesos”
Este es un pasatiempo para Juan, él entre semana se dedica a otra cosa (no quiso compartirlo) le gusta criar a los pichones y venderlos, alimentarlos y verlos crecer para después ir al tianguis y vender las aves.
Recorrer el tianguis es cansado, caminas en línea y parece que nunca se va a terminar, pero también es ilustrativo, es cultural, encontrar a la gente comiendo, en los tacos, en el puesto de las carnitas, en los tejuinos, o comprando cañas en el mercado.
Ignacio Orozco, tienen un local de venta de cañas de azúcar, también venden jugo de la caña, afuera de lo que él llama el mercado de la caña, porque de acuerdo a lo que cuenta el locatario, su padre sería de los primeros en llegar al tianguis.
El negocio era de su papá quien fue el que lo inicio, después se lo quedó su hermano quien falleció, y ahora sus sobrinas (hijas de su hermano) y su cuñada se encargan del negocio y él les ayuda a trabajar.
“Aquí tenemos cerca de 50 años, yo venía desde chico y ya tengo más de 50 […] aquí a toda la gente la recibimos con gusto, hay gente que es clienta de años y nos siguen comprando, ya gente grande, hijos de los señores que venían con mi papá nos siguen comprando” mencionó Ignacio Orozco.
Los colores, la variedad, los sabores complementan el recorrido, las historias de los locatarios. La historia cultural que representa este sitio hace que cada vez que acudas conozcas una parte nueva, o te encuentres un nuevo puesto porque cada vez se amplía un poco más.
El Baratillo es conocido como el tianguis más largo de Latinoamérica, y el más viejo de la ciudad, las personas acuden a él los domingos, con su familia asisten a desayunar o comer, a comprar botanas, tomarse un tejuino y comer cañas dulces.
Buscan las películas, o las prendas que se encuentran y están de moda. Algunos también buscan fruta, verdura, o cualquier utensilio que se encuentren en el trayecto, si nunca has asistido a este lugar, tal vez sea el momento de que te des una vuelta y conozcas este sitio tan icónico para la ciudad con tus propios ojos.