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Cada mes cumplen con la nómina, el Sena, la caja de compensación, la EPS, la ARL, el ICA, el IVA, el RUT, el RUC, la Dian y el etc., y año tras año siguen los innumerables protocolos que el Gobierno –nacional, departamental, municipal–, a través de todas sus dependencias, y a veces en franca contradicción entre unas y otras, les exigen. ¿Sistema inteligente de basuras, planilla con todas las entradas al baño del día, documento de alertas integrales para la prevención de lo que sea? Todo ‘se les tiene’ (o, mejor, se les tenía) listo para las innumerables visitas de inspección y vigilancia.
Las pequeñas y medianas empresas, conocidas con esa sigla medio infantil de mipymes, que sostienen la economía y las rutinas esenciales del país, parecen invisibles en los episodios del programa de pandemia que el Presidente anima, noche tras noche, por la tele. No tienen tampoco grandes cacaos que hagan lobbies en su nombre, y sus batallas cotidianas por pagar a sus empleados no figuran en los titulares de las ‘buenas noticias’ que se dedican a la supuesta ‘generosidad’ de los grandes empresarios, cuando anuncian que no harán despidos masivos.
Aunque generan un gran porcentaje del empleo del país, esas pequeñas empresas –jardines infantiles, academias, librerías, peluquerías, teatros, gimnasios, sedes deportivas, cafés, restaurantes, servicios de transporte escolar, tiendas de objetos y de ropa, entre tantas otras– han sido condenadas a la misma invisibilidad y a la indiferencia con la que son tratados los niños y los mayores en estos tiempos de pandemia. ‘Estamos ocupados en cosas grandes, así que arréglenselas como puedan, pero cuidado con incumplir alguna norma’, parece ser el mensaje. Pásense por la Dian y pidan que les devuelvan sus salditos a favor, y si ni eso tienen, vayan a su banco y digan allá que el Presidente manda decir que les den un préstamo…
¡¿Un préstamo?! Suponiendo que los bancos obedecieran los deseos presidenciales para agilizar esos préstamos que el Gobierno imagina en su mundo virtual, sin garantía de finca raíz, ni huella digital, ni letra menuda ni dos fiadores que certifiquen estar a salvo de pandemias, ¿qué los hace pensar que la ilíquida e insomne mipyme de la esquina –de tantas esquinas del país– tiene la posibilidad de endeudarse aún más? Si a la incertidumbre ‘natural’ generada por la pandemia se le suman los vacíos de planeación, las contradicciones institucionales y los silencios que alcanzan a filtrarse en el jovial discurso presidencial –con esa manera de ir corriendo la cerca poco a poco–, ¿cómo se le pide a una peluquería o un café que se comprometa con un banco, sin saber si vuelve a abrir, ni cuándo lo hará ni en qué condiciones?
Hay que reinventarse, y “pensar fuera de la caja” es entonces la nueva frase hecha que sentencian, con ostensible falta de creatividad y de empatía, los senadores y tantos funcionarios oficiales, como si a las mipymes, emprendedoras o, mejor valdría decir, rebuscadoras por naturaleza no se les hubiera ocurrido ya. El problema es cómo decirle a la señora que lava el pelo y luego lo barre en la peluquería o a la que prepara la merienda del jardín y les lava las manos a los niños que se reinvente por internet.
El problema, como siempre, es que la cuerda se rompe por el eslabón más débil, y eso tiene que ver con decisiones drásticas sobre las formas de proteger, a qué tipo de empresas. Si el sacrificio de los más frágiles y la pérdida de empleos se entienden como un proceso de selección natural para que sobrevivan los más fuertes, ya sabemos qué tipo de gobierno es este. Queda poco tiempo, días para saberlo y ver medidas contundentes. De lo contrario, es mejor hacerles la eutanasia de una vez a ‘las pequeñas’.
YOLANDA REYES