Crédito: fuente
Las plataformas digitales se han convertido en la gran revolución del último tiempo y muchas de ellas están entre las compañías más grandes del mundo. Esta avalancha de negocios, denominada por David Evans como la “nueva economía”, ha implicado que diversas agencias de competencia del mundo y en nuestro país desplieguen enormes esfuerzos en estudiar sus características, eficiencias y riesgos.
Desde la perspectiva de la política de la competencia, no existe lugar a dudas de que estas plataformas benefician enormemente a los consumidores reduciendo los costos de transacción y permitiéndoles conectarse con vendedores o proveedores de servicios que de otra forma no podrían hacerlo, y menos a ese precio. Sin embargo, este carácter revolucionario también plantea una serie de desafíos regulatorios y de competencia, toda vez que las plataformas digitales han introducido nuevas dinámicas competitivas que pueden incluso ser contraintuitivas a la luz de la economía tradicional (por ejemplo, Facebook o Google Maps no cobran acceso a sus usuarios).
Ciertas características inherentes a las plataformas les permiten reforzar su posición de dominio en el mercado y hacerla sostenible en el tiempo. Así, hay quienes indican que estas peculiaridades de las Big Tech podrían implicar que estas plataformas alcancen un punto de inflexión y se transformen en un monopolio (si es que ya no lo hicieron).
En este contexto, es clave identificar si consumidores o vendedores tienen la posibilidad de utilizar una única plataforma (single-homing) o varias (multi-homing), para acceder a determinados bienes y servicios o a cierta masa de consumidores respectivamente. Bajo un esquema de single-homing es más probable que la plataforma alcance ese punto de inflexión, en tanto los usuarios sólo pueden usarla para adquirir determinados bienes o servicios, como es el caso de la Apple Store para los dispositivos de dicha marca.
Ahora bien, el problema se puede generar cuando los medios que una empresa dominante emplea en el mercado para llegar a esa situación y reforzar su posición transgreden el límite del fair play en el mercado. Así, algunos casos de abusos en mercados digitales derivan de los esfuerzos por parte de una empresa dominante por obtener exclusividades o, a lo menos, una cuota importante de las compras de los usuarios en un mercado. Estos esfuerzos pueden materializarse como cláusulas de exclusividad, o bien, descuentos por volumen.
Si bien este tipo de estrategias pueden generar eficiencias e incluso fomentar la competencia en algunos casos, en los mercados digitales pueden surgir varios tipos de daños, por ejemplo, que una empresa dominante utilice esas herramientas a fin de impedir a empresas rivales, igualmente eficientes, lograr una escala suficiente de usuarios que les permita competir. Esto a la larga podría producir que la empresa dominante alcance el punto de inflexión antes mencionado y ejerza su poder monopólico en desmedro de los consumidores finales, subiéndoles los precios.
¿Cuándo preocuparnos? Es la pregunta que las autoridades de competencia deberán resolver de forma casuística y tomando en cuenta las condiciones particulares de cada mercado. Llegar a una respuesta certera no será fácil, pero sin duda implicará que las autoridades de competencia deban balancear los antecedentes a modo que lo que se resuelva resguarde la sana competencia en los mercados.