Crédito: fuente
Se restregó los ojos. El programa simulador hacía su rutina a la perfección. Casi podía sentir la tibieza solar en estas primeras luces. Viró hacia su derecha. En la pared la pantalla del reloj señalaba las nueve. Imaginó a la gente de la Tierra haciendo otro tanto, pero ante un verdadero amanecer. Se tocó con cuidadosa curiosidad el rostro. Sus dedos fueron reconociendo de un modo que parecían estar delineándolo, más bien, reconfigurándolo. Pensó con alivio: sí, soy yo.
¿Quién escribió ese texto de ciencia ficción con tanto oficio y talento? ¡Jeroh Juan Montilla! Un narrador y poeta venezolano; un pensador persistente y profundo; un caballero que está enamorado de una poeta llamada Tibisay. Él vive en los espacios siderales pendiente de las estrellas y sus guiños y ella lo atisba y lo espera hasta que aterriza en los alrededores hogareños de los morros de San Juan.
Jeroh Juan Montilla tiene los pies en la tierra: podría usted preguntarle cualquier cosa y le respondería sin falsedades. Pero su imaginación es portentosa. Su escritura es de una calidad que puede anidar en cualquier antología del mundo. Un día leí ese relato de ciencia ficción y no pude soltarlo. Estaba construido alrededor de un personaje llamado Iván:
Las pantallas despliegan sus haces de imágenes y gráficos. Las computadoras por sí mismas miden y calculan todos los datos que transmiten los treinta satélites que exploran la remota Nube de Oort. La información llega a la estación con un año luz de diferencia. Iván piensa amargamente que siempre las noticias y los conocimientos son un asunto de ayer, es mentira eso de vivir el presente, lo más cercano que existe es el pasado, sólo cuando hemos dejado atrás el presente es que podemos vivirlo.
Jeroh Juan no sólo tiene conocimientos, imaginación y poesía: también es el compañero de la poeta Tibisay Vargas Rojas, lo que significa que vive en poesía.
Jeroh Juan también ha publicado artículos reveladores, muy valiosos respecto a la historia venezolana porque reflejan una visión honesta, un punto de vista bien analizado y meditado.
En un ensayo apunta lo siguiente:
La historia es el fluir de la conciencia de quienes la escriben, la escritura histórica es el espejo verbal de la mente disciplinar que la concibe. Una cosa es la historia y su caos fáctico y otra la conciencia que le da orden a ese amasijo de acontecimientos humanos. La razón humana es intrínsecamente sucesiva, por lo tanto, la historia vaciada en los libros fluye también en la horma de lo continuo, en ese incesante río donde según Heráclito, no podemos bañarnos por segunda vez en las mismas aguas. Ese río por un ardid de la misma conciencia pasa a convertirse en una representación del tiempo, la tríada del pasado, el presente y el futuro. Viéndolo de este modo el hacer historiográfico vendría a ser un acto de rescate en lo temporal, de recuperar lo que se le escapa al hombre en el indetenible cauce del tiempo. Es un acto desesperado por ejercer un dominio humano sobre lo irrecuperable.
Y Jeroh Juan no sólo tiene conocimientos, imaginación y poesía: también es el compañero de la poeta Tibisay Vargas Rojas, lo que significa que vive en poesía y desarrolla su escritura al lado mismo de una lectora exigente que además lo motiva y lo comprende.
La síntesis curricular que anda por ahí
(El tiempo pasa rápido. Todavía parece el mismo muchacho de ayer, pero ha vivido y ha persistido. Ha dado ejemplo de lo que es dedicarse toda la vida a trabajar pensando en el bienestar de los demás. Jeroh Juan Montilla nació en Valle de la Pascua, Guárico, en el año 1960. Profesor egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Upel, magister en Historia de Venezuela. Es facilitador de talleres de poesía y narrativa, y seminarios de literatura. Ha publicado en medios como El Carabobeño, La Prensa del Tuy, El Periodiquito y el Papel Literario del diario El Nacional, así como en la revista Poesía y la Revista Nacional de Cultura, entre otros. Autor de los poemarios Humano de manchas, de 1988, y Lides de amor, de 1995, y del libro de ensayos Articulaciones, de 2001. Textos suyos están recogidos en la antología Pasollano, 18 poetas guariqueños, publicada en 1993. Obtuvo en 1989 el Primer Premio en el Concurso Regional de Poesía Francisco Lazo Martí, de la Casa de la Cultura de Calabozo, con el poemario Naranja del cinco de marzo).
Hace poco tiempo nos comunicamos a través de estos correos, estos puentes invisibles que unen nuestras esperanzas y nuestros temores, y hemos hecho esta entrevista.
Siento que hoy estoy comenzando…
—Hay una profundidad, una búsqueda muy propia, cierta tendencia a entender unos orígenes… ¿es lo que sientes más importante?
—Lo original, para mí, no tiene la importancia primordial en el sentido que usualmente se entiende, sólo me parece un aspecto interesante en el asunto del ser. Hay mucho de pantano en esa búsqueda del origen. Éste implica una regresión infinita, inacabable. Salir de la burbuja del presente es viajar sin puerto por delante, sea hacia el pasado o el futuro. Creo, también, que el origen es una especie de privilegio que todas las culturas del mundo le han dado al pasado, esto es válido dentro de lo que hemos decido remarcar y conservar para definirnos ahora, cuestión muy respetable y necesaria; en fin, hay una actitud de juego creativo en la aplicación de esa noción. Ahora, en lo personal, me ocupa más en estos instantes la superficie del momento que la oscura profundidad del origen. Me llama la atención la expresión foucaultiana de “comienzo”, antes que la de “origen”. Veo el pasado bajo el matiz de esa palabra. Aclaro, una no niega la otra, más bien se añaden en reciprocidad. El comienzo implica diversidad, algo distinto a lo uniforme del origen. En muchos aspectos siento que hoy estoy comenzando en mi ser personal. Renovándome constantemente desde el pasado, descubriéndolo como otros modos de comienzos. Hoy puedo ubicarme con delicia en posturas estéticas, literarias y filosóficas que en una época me parecían cuestionables, fuera de mi gusto, o que me eran en realidad desconocidas, es realmente algo fascinante y de mucha claridad.
Reconozco que lo permanentemente incierto en mí es lo que más me entusiasma y que mientras más me desconozco más me afirmo.
—Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?
—Uno de los comienzos de mi poesía está en mi edad escolar de primaria, como a los diez años, la lectura de los poemas de algunos libros de textos. Mi primera composición escrita, con intención creativa, fue una tarea relacionada con las vacaciones. Ese texto fue mi primera gran nota escolar, dejé de ser un estudiante de calificaciones poco notables a sobresalientes. El texto le gustó tanto a mi maestra de cuarto grado que lo colocó manuscrito en una cartelera. Ese hecho llevó a que un compañero de aula me presentara a la señora de la residencia donde él vivía, si mal no recuerdo, procedía de Altagracia de Orituco, sus padres lo enviaron a estudiar a San Juan de los Morros. Él me presentó a la poeta Alicia Barreto, la señora de la residencia, ella fue mi primera puerta a la lectura y escritura verdaderamente literarias y a conocer gente relacionada con el mundo de la escritura.
—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?
—Sí, es felicidad, pero una rara felicidad, porque siempre me encuentro con un desconocido con el cual me identifico, tal vez es como verse por primera vez en un espejo. Me encanta ese extraño, su misma extrañeza es la fuente de la felicidad, lo misterioso no dando temor sino regocijo. Reconozco que lo permanentemente incierto en mí es lo que más me entusiasma y que mientras más me desconozco más me afirmo. Cuánto me agrada sentir muchas veces que mis poemas no los escribo yo, sino otro que soy yo.
Si ella es feliz todo vuelve a su cauce
—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?
—Mi sueño es un deseo en el intento de realizarse, y esto último es definitivamente lo incesante de mi espíritu. Mi sueño más preciado es la felicidad de mi amada Tibisay. Si ella es feliz todo recupera sentido, vuelve a su cauce. Y lo maravilloso de este sueño es que vive una y otra vez renovándose en mi corazón y en mis gestos. Uno tiene un sentido absoluto, el mío es el intento permanente de procurar felicidad a mi amor. Estoy convencido de que por eso existo.
—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?
—Dios es lo único inexplicable en mi vida, cuanto más esté presente más estará ausente y viceversa. Creo que nunca podré retenerlo, siempre intentaré apropiármelo, pero él, juguetonamente, siempre me hará sus trampas de estar y no estar entre mis manos. Cada poema que escribo intenta darle cacería, pero la palabra es una red con muchas roturas. Lo hermoso de la cosa es oír a lo lejos la risa de Dios, feliz de que uno le siga el juego como lo inexplicable.
—¿Cuál es tu gran pasión?
—Mi gran pasión es leer. Si somos leño de vida, el fuego que me consume es la lectura. Una llama como la de la zarza ante Moisés, soy el que soy en cada página o línea que leo. Todo mi hacer cotidiano está lleno de la presencia de los libros. Sin rubor alguno puedo afirmar que seguramente tiene algo de obsesivo o agradablemente enfermizo. Por algo mi oficio para ganarme el sustento diario fue el de ser bibliotecario. Pasé por varios cargos en esa vocación, desde obrero bibliotecario hasta asistente. Es mi orgullo haber trajinado entre anaqueles repletos de volúmenes, donde sientes que cualquier cosa escrita o publicada es importante, y con su mérito propio que la hace merecedora de ser atesorada y administrada como parte del patrimonio humano. Ahora que estoy jubilado continúo más atrapado en el sentido de esa pasión, la de estar leyendo siempre para otros. Se lee meramente para compartir. Leer y vivir son para mí lo mismo.
—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?
—La pregunta parece identificar el lugar con el sujeto. La mismidad para mí (valga la redundancia) es incertidumbre a cuestas. Hay cosas, algunas referencias que me hacen decir soy esto y esto, no soy aquello e incluso ni esto. Un barullo. No sé si debo ser o tengo un lugar que me corresponda. Donde estoy es ahora el lugar, el mío, lo ocupo a plenitud. Creo que no tengo acreedores ni deudores, sólo estoy en el sitio donde el infinito me ha ubicado; si mañana paso a otro lugar, no hay litigio, estoy a su merced, ojalá siempre me otorgue, como hasta el momento, parajes que me gusten. De todos modos, lo bueno bienvenido sea, lo malo debe tener su tanto de ganancia. En el mundo de la literatura el lugar me importa poco, repito, poco, es decir que algo me interesa, ja ja ja. Hay cosas como el goce de escribir y saber que por sí solas ocupan mucho espacio dentro de mí. Prestigio y reconocimiento, si llegan, aunque lo dudo, se asumirán como nuevos lugares. Por los momentos creo tener el lugar que merezco, sabrosamente discreto.
El encierro me ha llevado a explorar terrenos en la literatura y la filosofía que yo no había pisado por desdén o ignorancia.
—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?
—Vivo en San Juan de los Morros, estado Guárico. Nací en Valle de la Pascua hace sesenta años y a los tres años me trajeron a esta ciudad. Habito un apartamento, un quinto piso con vista a un paisaje extraordinario, los morros, una montaña de piedra del paleoceno. Uno de esos dioses americanos velados por la ignorancia o indiferencia histórica de los que hoy abrumamos estos rincones del país. Actualmente sólo vivo con mi esposa, la poeta Tibisay Vargas Rojas. Sin perros ni gatos. Hemos tenido ambos, pero o han muerto o han decidido irse. Del lado de los perros tuvimos una preciosa bóxer que murió añosa y de enfermedad. Estuvo también con nosotros un perro, Pollux, que terminamos regalando con mucho pesar. Los vecinos de donde vivíamos entonces se molestaban por sus ladridos. Los gatos siempre han sido de Tibi, uno se fue por puros celos, no soportaba compartir a Tibi conmigo. Nosotros, familiarmente, desarrollamos un amor especial con los animales. Diana, la bóxer, nunca quiso aparearse. Siempre sospeché que yo fui el “perro” o el humano de su vida. A veces me daba la impresión de que era humana y no perro. Me amaba devotamente.
—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?
—Esta ha sido una oportunidad extraordinaria. El encierro me ha llevado a explorar terrenos en la literatura y la filosofía que yo no había pisado por desdén o ignorancia. He leído textos de místicas como Marguerite Porete, santa Teresita del Niño Jesús, sor Faustina Kowalska, santa Catalina de Siena y Simone Weil. Filósofos que tampoco había leido como Ernst Junger, Jakob Boehme, Heinrich Jacobi y Kitaro Nishida, o poetas como John Keats y Novalis. Lecturas y relecturas que implican cambios, comienzos en mí, desde ahora me acompañarán siempre.
—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?
—Ciudadano es una palabra que, originariamente, no creo que usábamos mucho cotidianamente, sería interesante que alguien investigara y escribiera qué tanto nos sentimos los venezolanos ubicados en ese término, qué idea tenemos del mismo. Si vemos la letra de nuestro himno nacional, ella no aparece allí. Es más, se destaca la palabra “señor”, dos veces éste grita, y después es cuando lo clama “el pobre”. Como si el deseo de libertad pasara primero por los poderosos, y de segunda mano hace eco en las clases empobrecidas. Más abajo leemos palabras como empíreo, supremo autor, cielo, toda una serie de solemnidades que parecen dar el permiso a la rebelión y al sentimiento de libertad. La palabra ciudadano no aparece por ningún lado. Creo que el ciudadano, sobre todo el de la revolución francesa, actúa y se desarrolla desde sí mismo, él es su propio eje, referencia y expansión. No necesita ni que lo justifiquen, se basta para ello, la ciudadanía es muy autónoma. Desde la independencia nuestra ciudadanía siempre está bajo la tutela de próceres, caudillos y partidos. Creo que ser meramente venezolanos no me hace ciudadano. Es una palabra profunda, densa, de cuidado, de cultivo, nada automática. Hay que sacar a flote nuestro real sí mismo individual y colectivo para comenzar a hablar de ciudadanía. Pero hay que identificarla en medio de tanto escombro. Actualmente impera tanto lo incierto, lo vago, que alguien ha acuñado la imagen de que sufrimos un “no país”.
—Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable. ¿Tienes una idea que te defina lo que es poesía?
—Es paradójico, pero estar dentro de la poesía se vuelve una dificultad al momento de definirla. Toda definición es una toma de distancia. Y mira qué difícil es salirse de lo poético cuando eso se ha convertido en tu sustancia, lo que te unifica. Dices esto y sabes que no tiene lo rotundo o preciso del definir. En poesía todo está en entredicho y no por falso, todo lo contrario, sino por lo gozosamente unificado y disperso que está al mismo tiempo. Siempre me acuerdo de aquellos versos de Bécquer, ya un lugar común, su “Rima XXI”: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… eres tú”. Esa es la clave, la definición de poesía siempre está por fuera del poeta. Cuesta salir de los predios de la poesía.
—¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?
—Lo que hoy más duele es este quiebre en el espacio familiar. La distancia que nos han impuesto. Mucho más entre nosotros, los venezolanos, que padecemos una circunstancia histórica de dos décadas que lentamente ha abierto abismos en nuestra identidad, en nuestro ser colectivo, después la diáspora, y ahora la pandemia. Todo eso ha resquebrajado nuestras familias. A la partida de nuestros hijos se suma ese otro muro que llaman distanciamiento social. Es inconsolable. Lo más repetitivo es el dolor. Uno aquí en medio de una crisis creciente, y mi hija en uno de los extremos del planeta, eso duele bastante. Repito, es inconsolable, es lo que más duele.
Crédito: fuente
Se restregó los ojos. El programa simulador hacía su rutina a la perfección. Casi podía sentir la tibieza solar en estas primeras luces. Viró hacia su derecha. En la pared la pantalla del reloj señalaba las nueve. Imaginó a la gente de la Tierra haciendo otro tanto, pero ante un verdadero amanecer. Se tocó con cuidadosa curiosidad el rostro. Sus dedos fueron reconociendo de un modo que parecían estar delineándolo, más bien, reconfigurándolo. Pensó con alivio: sí, soy yo.
¿Quién escribió ese texto de ciencia ficción con tanto oficio y talento? ¡Jeroh Juan Montilla! Un narrador y poeta venezolano; un pensador persistente y profundo; un caballero que está enamorado de una poeta llamada Tibisay. Él vive en los espacios siderales pendiente de las estrellas y sus guiños y ella lo atisba y lo espera hasta que aterriza en los alrededores hogareños de los morros de San Juan.
Jeroh Juan Montilla tiene los pies en la tierra: podría usted preguntarle cualquier cosa y le respondería sin falsedades. Pero su imaginación es portentosa. Su escritura es de una calidad que puede anidar en cualquier antología del mundo. Un día leí ese relato de ciencia ficción y no pude soltarlo. Estaba construido alrededor de un personaje llamado Iván:
Las pantallas despliegan sus haces de imágenes y gráficos. Las computadoras por sí mismas miden y calculan todos los datos que transmiten los treinta satélites que exploran la remota Nube de Oort. La información llega a la estación con un año luz de diferencia. Iván piensa amargamente que siempre las noticias y los conocimientos son un asunto de ayer, es mentira eso de vivir el presente, lo más cercano que existe es el pasado, sólo cuando hemos dejado atrás el presente es que podemos vivirlo.
Jeroh Juan no sólo tiene conocimientos, imaginación y poesía: también es el compañero de la poeta Tibisay Vargas Rojas, lo que significa que vive en poesía.
Jeroh Juan también ha publicado artículos reveladores, muy valiosos respecto a la historia venezolana porque reflejan una visión honesta, un punto de vista bien analizado y meditado.
En un ensayo apunta lo siguiente:
La historia es el fluir de la conciencia de quienes la escriben, la escritura histórica es el espejo verbal de la mente disciplinar que la concibe. Una cosa es la historia y su caos fáctico y otra la conciencia que le da orden a ese amasijo de acontecimientos humanos. La razón humana es intrínsecamente sucesiva, por lo tanto, la historia vaciada en los libros fluye también en la horma de lo continuo, en ese incesante río donde según Heráclito, no podemos bañarnos por segunda vez en las mismas aguas. Ese río por un ardid de la misma conciencia pasa a convertirse en una representación del tiempo, la tríada del pasado, el presente y el futuro. Viéndolo de este modo el hacer historiográfico vendría a ser un acto de rescate en lo temporal, de recuperar lo que se le escapa al hombre en el indetenible cauce del tiempo. Es un acto desesperado por ejercer un dominio humano sobre lo irrecuperable.
Y Jeroh Juan no sólo tiene conocimientos, imaginación y poesía: también es el compañero de la poeta Tibisay Vargas Rojas, lo que significa que vive en poesía y desarrolla su escritura al lado mismo de una lectora exigente que además lo motiva y lo comprende.
La síntesis curricular que anda por ahí
(El tiempo pasa rápido. Todavía parece el mismo muchacho de ayer, pero ha vivido y ha persistido. Ha dado ejemplo de lo que es dedicarse toda la vida a trabajar pensando en el bienestar de los demás. Jeroh Juan Montilla nació en Valle de la Pascua, Guárico, en el año 1960. Profesor egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Upel, magister en Historia de Venezuela. Es facilitador de talleres de poesía y narrativa, y seminarios de literatura. Ha publicado en medios como El Carabobeño, La Prensa del Tuy, El Periodiquito y el Papel Literario del diario El Nacional, así como en la revista Poesía y la Revista Nacional de Cultura, entre otros. Autor de los poemarios Humano de manchas, de 1988, y Lides de amor, de 1995, y del libro de ensayos Articulaciones, de 2001. Textos suyos están recogidos en la antología Pasollano, 18 poetas guariqueños, publicada en 1993. Obtuvo en 1989 el Primer Premio en el Concurso Regional de Poesía Francisco Lazo Martí, de la Casa de la Cultura de Calabozo, con el poemario Naranja del cinco de marzo).
Hace poco tiempo nos comunicamos a través de estos correos, estos puentes invisibles que unen nuestras esperanzas y nuestros temores, y hemos hecho esta entrevista.
Siento que hoy estoy comenzando…
—Hay una profundidad, una búsqueda muy propia, cierta tendencia a entender unos orígenes… ¿es lo que sientes más importante?
—Lo original, para mí, no tiene la importancia primordial en el sentido que usualmente se entiende, sólo me parece un aspecto interesante en el asunto del ser. Hay mucho de pantano en esa búsqueda del origen. Éste implica una regresión infinita, inacabable. Salir de la burbuja del presente es viajar sin puerto por delante, sea hacia el pasado o el futuro. Creo, también, que el origen es una especie de privilegio que todas las culturas del mundo le han dado al pasado, esto es válido dentro de lo que hemos decido remarcar y conservar para definirnos ahora, cuestión muy respetable y necesaria; en fin, hay una actitud de juego creativo en la aplicación de esa noción. Ahora, en lo personal, me ocupa más en estos instantes la superficie del momento que la oscura profundidad del origen. Me llama la atención la expresión foucaultiana de “comienzo”, antes que la de “origen”. Veo el pasado bajo el matiz de esa palabra. Aclaro, una no niega la otra, más bien se añaden en reciprocidad. El comienzo implica diversidad, algo distinto a lo uniforme del origen. En muchos aspectos siento que hoy estoy comenzando en mi ser personal. Renovándome constantemente desde el pasado, descubriéndolo como otros modos de comienzos. Hoy puedo ubicarme con delicia en posturas estéticas, literarias y filosóficas que en una época me parecían cuestionables, fuera de mi gusto, o que me eran en realidad desconocidas, es realmente algo fascinante y de mucha claridad.
Reconozco que lo permanentemente incierto en mí es lo que más me entusiasma y que mientras más me desconozco más me afirmo.
—Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?
—Uno de los comienzos de mi poesía está en mi edad escolar de primaria, como a los diez años, la lectura de los poemas de algunos libros de textos. Mi primera composición escrita, con intención creativa, fue una tarea relacionada con las vacaciones. Ese texto fue mi primera gran nota escolar, dejé de ser un estudiante de calificaciones poco notables a sobresalientes. El texto le gustó tanto a mi maestra de cuarto grado que lo colocó manuscrito en una cartelera. Ese hecho llevó a que un compañero de aula me presentara a la señora de la residencia donde él vivía, si mal no recuerdo, procedía de Altagracia de Orituco, sus padres lo enviaron a estudiar a San Juan de los Morros. Él me presentó a la poeta Alicia Barreto, la señora de la residencia, ella fue mi primera puerta a la lectura y escritura verdaderamente literarias y a conocer gente relacionada con el mundo de la escritura.
—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?
—Sí, es felicidad, pero una rara felicidad, porque siempre me encuentro con un desconocido con el cual me identifico, tal vez es como verse por primera vez en un espejo. Me encanta ese extraño, su misma extrañeza es la fuente de la felicidad, lo misterioso no dando temor sino regocijo. Reconozco que lo permanentemente incierto en mí es lo que más me entusiasma y que mientras más me desconozco más me afirmo. Cuánto me agrada sentir muchas veces que mis poemas no los escribo yo, sino otro que soy yo.
Si ella es feliz todo vuelve a su cauce
—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?
—Mi sueño es un deseo en el intento de realizarse, y esto último es definitivamente lo incesante de mi espíritu. Mi sueño más preciado es la felicidad de mi amada Tibisay. Si ella es feliz todo recupera sentido, vuelve a su cauce. Y lo maravilloso de este sueño es que vive una y otra vez renovándose en mi corazón y en mis gestos. Uno tiene un sentido absoluto, el mío es el intento permanente de procurar felicidad a mi amor. Estoy convencido de que por eso existo.
—¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?
—Dios es lo único inexplicable en mi vida, cuanto más esté presente más estará ausente y viceversa. Creo que nunca podré retenerlo, siempre intentaré apropiármelo, pero él, juguetonamente, siempre me hará sus trampas de estar y no estar entre mis manos. Cada poema que escribo intenta darle cacería, pero la palabra es una red con muchas roturas. Lo hermoso de la cosa es oír a lo lejos la risa de Dios, feliz de que uno le siga el juego como lo inexplicable.
—¿Cuál es tu gran pasión?
—Mi gran pasión es leer. Si somos leño de vida, el fuego que me consume es la lectura. Una llama como la de la zarza ante Moisés, soy el que soy en cada página o línea que leo. Todo mi hacer cotidiano está lleno de la presencia de los libros. Sin rubor alguno puedo afirmar que seguramente tiene algo de obsesivo o agradablemente enfermizo. Por algo mi oficio para ganarme el sustento diario fue el de ser bibliotecario. Pasé por varios cargos en esa vocación, desde obrero bibliotecario hasta asistente. Es mi orgullo haber trajinado entre anaqueles repletos de volúmenes, donde sientes que cualquier cosa escrita o publicada es importante, y con su mérito propio que la hace merecedora de ser atesorada y administrada como parte del patrimonio humano. Ahora que estoy jubilado continúo más atrapado en el sentido de esa pasión, la de estar leyendo siempre para otros. Se lee meramente para compartir. Leer y vivir son para mí lo mismo.
—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?
—La pregunta parece identificar el lugar con el sujeto. La mismidad para mí (valga la redundancia) es incertidumbre a cuestas. Hay cosas, algunas referencias que me hacen decir soy esto y esto, no soy aquello e incluso ni esto. Un barullo. No sé si debo ser o tengo un lugar que me corresponda. Donde estoy es ahora el lugar, el mío, lo ocupo a plenitud. Creo que no tengo acreedores ni deudores, sólo estoy en el sitio donde el infinito me ha ubicado; si mañana paso a otro lugar, no hay litigio, estoy a su merced, ojalá siempre me otorgue, como hasta el momento, parajes que me gusten. De todos modos, lo bueno bienvenido sea, lo malo debe tener su tanto de ganancia. En el mundo de la literatura el lugar me importa poco, repito, poco, es decir que algo me interesa, ja ja ja. Hay cosas como el goce de escribir y saber que por sí solas ocupan mucho espacio dentro de mí. Prestigio y reconocimiento, si llegan, aunque lo dudo, se asumirán como nuevos lugares. Por los momentos creo tener el lugar que merezco, sabrosamente discreto.
El encierro me ha llevado a explorar terrenos en la literatura y la filosofía que yo no había pisado por desdén o ignorancia.
—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?
—Vivo en San Juan de los Morros, estado Guárico. Nací en Valle de la Pascua hace sesenta años y a los tres años me trajeron a esta ciudad. Habito un apartamento, un quinto piso con vista a un paisaje extraordinario, los morros, una montaña de piedra del paleoceno. Uno de esos dioses americanos velados por la ignorancia o indiferencia histórica de los que hoy abrumamos estos rincones del país. Actualmente sólo vivo con mi esposa, la poeta Tibisay Vargas Rojas. Sin perros ni gatos. Hemos tenido ambos, pero o han muerto o han decidido irse. Del lado de los perros tuvimos una preciosa bóxer que murió añosa y de enfermedad. Estuvo también con nosotros un perro, Pollux, que terminamos regalando con mucho pesar. Los vecinos de donde vivíamos entonces se molestaban por sus ladridos. Los gatos siempre han sido de Tibi, uno se fue por puros celos, no soportaba compartir a Tibi conmigo. Nosotros, familiarmente, desarrollamos un amor especial con los animales. Diana, la bóxer, nunca quiso aparearse. Siempre sospeché que yo fui el “perro” o el humano de su vida. A veces me daba la impresión de que era humana y no perro. Me amaba devotamente.
—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?
—Esta ha sido una oportunidad extraordinaria. El encierro me ha llevado a explorar terrenos en la literatura y la filosofía que yo no había pisado por desdén o ignorancia. He leído textos de místicas como Marguerite Porete, santa Teresita del Niño Jesús, sor Faustina Kowalska, santa Catalina de Siena y Simone Weil. Filósofos que tampoco había leido como Ernst Junger, Jakob Boehme, Heinrich Jacobi y Kitaro Nishida, o poetas como John Keats y Novalis. Lecturas y relecturas que implican cambios, comienzos en mí, desde ahora me acompañarán siempre.
—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?
—Ciudadano es una palabra que, originariamente, no creo que usábamos mucho cotidianamente, sería interesante que alguien investigara y escribiera qué tanto nos sentimos los venezolanos ubicados en ese término, qué idea tenemos del mismo. Si vemos la letra de nuestro himno nacional, ella no aparece allí. Es más, se destaca la palabra “señor”, dos veces éste grita, y después es cuando lo clama “el pobre”. Como si el deseo de libertad pasara primero por los poderosos, y de segunda mano hace eco en las clases empobrecidas. Más abajo leemos palabras como empíreo, supremo autor, cielo, toda una serie de solemnidades que parecen dar el permiso a la rebelión y al sentimiento de libertad. La palabra ciudadano no aparece por ningún lado. Creo que el ciudadano, sobre todo el de la revolución francesa, actúa y se desarrolla desde sí mismo, él es su propio eje, referencia y expansión. No necesita ni que lo justifiquen, se basta para ello, la ciudadanía es muy autónoma. Desde la independencia nuestra ciudadanía siempre está bajo la tutela de próceres, caudillos y partidos. Creo que ser meramente venezolanos no me hace ciudadano. Es una palabra profunda, densa, de cuidado, de cultivo, nada automática. Hay que sacar a flote nuestro real sí mismo individual y colectivo para comenzar a hablar de ciudadanía. Pero hay que identificarla en medio de tanto escombro. Actualmente impera tanto lo incierto, lo vago, que alguien ha acuñado la imagen de que sufrimos un “no país”.
—Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable. ¿Tienes una idea que te defina lo que es poesía?
—Es paradójico, pero estar dentro de la poesía se vuelve una dificultad al momento de definirla. Toda definición es una toma de distancia. Y mira qué difícil es salirse de lo poético cuando eso se ha convertido en tu sustancia, lo que te unifica. Dices esto y sabes que no tiene lo rotundo o preciso del definir. En poesía todo está en entredicho y no por falso, todo lo contrario, sino por lo gozosamente unificado y disperso que está al mismo tiempo. Siempre me acuerdo de aquellos versos de Bécquer, ya un lugar común, su “Rima XXI”: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… eres tú”. Esa es la clave, la definición de poesía siempre está por fuera del poeta. Cuesta salir de los predios de la poesía.
—¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?
—Lo que hoy más duele es este quiebre en el espacio familiar. La distancia que nos han impuesto. Mucho más entre nosotros, los venezolanos, que padecemos una circunstancia histórica de dos décadas que lentamente ha abierto abismos en nuestra identidad, en nuestro ser colectivo, después la diáspora, y ahora la pandemia. Todo eso ha resquebrajado nuestras familias. A la partida de nuestros hijos se suma ese otro muro que llaman distanciamiento social. Es inconsolable. Lo más repetitivo es el dolor. Uno aquí en medio de una crisis creciente, y mi hija en uno de los extremos del planeta, eso duele bastante. Repito, es inconsolable, es lo que más duele.