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La empresa chilena quería llegar a más gente, pero no iba a fichar a un rostro cualquiera, tenía que ser la actriz hollywoodense. Les costó, pero lograron conectarse con ella: «Nos dimos cuenta en los primeros 2 minutos que íbamos a ser amigos para siempre», relatan.
Cuenta Thomas Kimber, fundador de Karün, que desde los inicios sabían que para poder escalar la marca de anteojos -tanto en volumen como en mercados- debían contar con rostros u organizaciones que los validaran.
Así llegaron primero a NatGeo y a Volvo Race, con quienes se validaron en el mundo de las aventuras y del deporte extremo. Pero querían estar en la ciudad: inspirar a que personas de Nueva York, Berlín, París o Santiago quisieran usar sus anteojos como un producto de moda.
En una conversación con el equipo interno salió el nombre de la actriz Shailene Woodley, protagonista de la serie Big Little Lies y de películas como A la deriva. «Tiene que ser ella, por lo que representa, por su activismo en temas medioambientales e indígenas», dijeron. Con 29 años en pleno boom en Hollywood, era todo lo que estaban buscando.
Lo facil, reflexiona Kimber, es contactar al mánager. Lo difícil es pasar su filtro. Y eso no ocurrió. «Hice mi mejor esfuerzo presentándole la marca a través de la pantalla. Su respuesta fue: ‘Los felicito, pero tienen que entender que todas las marcas quieren trabajar con ella, y no veo que ustedes tengan el volumen, ni la capacidad financiera para hacerlo. Hablemos cuando sean más grandes'», relata.
Entonces Kimber apostó por un cambio de estrategia. Compró pasajes a Los Ángeles, EEUU, con el objetivo de reunirse presencialmente con él y demostrarle que no era un emprendedor chileno chico, sino alguien con ambiciones globales. «Llamé a algunas personas para que me ayudaran a concretarlo, entre ellos, un mentor canadiense nuestro. Le pedí que me recomendara el barrio y restorán más cool donde pudiera llevarlo», cuenta.
La respuesta: Calle Abbot Kinney en Venice Beach, al restorán de pizzas Gjelina. El viaje coincidió con una invitación que recibió Kimber para exponer en un panel en LA junto al fundador de Quicksilver Bob McKnight. «Cuando le escribí al manager (Anthony Hillsberg), en vez de decirle ‘por favor péscanos’, le dije ‘voy a estar en un panel con McKnight y de ahí me gustaría invitarte a Gjelina'». La respuesta no tardó en llegar: «Es mi restorán favorito, qué bueno que lo conoces. No puedo creer que estuviste con Bob. Juntémonos». Bingo.
En la pizzería, finalmente frente a frente, Hillsberg le dijo: «Te voy a dar la oportunidad, pero en seis meses me tienes que traer un canal de distribución que me asegure volumen. Shailene no va a poner su rostro en algo que no tenga cobertura internacional». Era julio de 2019. «Me voy a asegurar de darte un regalo de Navidad», contestó el emprendedor.
Los seis meses que siguieron, cuenta Kimber, fueron para echar a andar el modelo. Junto a Marcelo Atala y Juan Cristóbal De Marchena (director de operaciones y comercial de Karün, respectivamente) se encargaron de convencer -ahora- a Grand Vision, el retalier óptico más grande del mundo.
Llevaron al director de la unidad de negocios de sol de la firma a Puerto Varas por cuatro días a conocer la empresa. Y le comentaron la idea de trabajar con Shailene. «Si se la consiguen, me aseguro de hacer un lanzamiento en al menos mil tiendas y con potencial de crecer a 7 mil tiendas en 3 años», les dijo el ejecutivo. «¿Por escrito?», insistió Kimber. El papel firmado llegó el 23 de diciembre al mail de Hillsberg.
2020 pasó entre la negociación del contrato con Grand Vision, por una parte, y con la actriz, por otra, para el uso de su imagen. Recién cuando estuvo firmado, Kimber se reunió por Zoom con ella. «Nos dimos cuenta en los primeros 2 minutos que íbamos a ser amigos para siempre», asegura el chileno.
«Ahora hablamos todos los días por WhatsApp y me voy a quedar en su casa la próxima semana», agrega. En diciembre Shailene Woodley vino a Chile y viajó a Puerto Varas, Cochamó y Puelo para grabar la campaña que se lanzó este jueves. «Esto no es solo una colección de anteojos», dice Thomas, «sino una convicción de valores que compartimos con el mundo».