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OPINIÓN
Bloomberg
Más allá de sus dichos sobre la migración y el comercio, en la realidad, Donald Trump le pidió poco a su vecino Andrés Manuel López Obrador. Eso cambiará durante la presidencia de Biden.
Una nueva era en las relaciones entre Estados Unidos y México ya ha tenido un comienzo difícil. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, es uno de los pocos jefes de Estado que aún no ha felicitado a su futuro homólogo estadounidense, Joseph Biden. Pero le guste o no a AMLO, el cambio se avecina y México necesita prepararse para una relación más amplia, más profunda y probablemente más tensa entre las dos naciones.
Los mexicanos guardan una profunda aversión hacia el presidente Donald Trump: las encuestas muestran que menos de dos de cada diez aprueban al líder estadounidense. Sin embargo, su presidente ha sido excepcionalmente cálido, incluso adulador, con su homólogo del norte. A solicitud de Trump, redirigió a una buena parte de la Guardia Nacional de México a detener a los migrantes en desmedro de la protección de los ciudadanos. AMLO se apresuró a volar a Washington (su único viaje fuera del país en sus dos años como presidente) para respaldar la candidatura de Trump, promocionando el trato respetuoso del presidente de Estados Unidos hacia México, a pesar de muchas pruebas de que era todo lo contrario.
Si bien AMLO y Trump pueden parecer un tipo extraño de aliados, coinciden en personalidad y estilo de Gobierno. Ambos son sensibles a las críticas y adoptan un enfoque de destrucción hacia cualquier oposición: Trump despotricando contra el “Estado profundo” y AMLO contra la “mafia del poder”. Ambos difaman y amenazan a la prensa libre. Y ambos favorecen la formulación de políticas transaccionales y personalistas, priorizando la lealtad sobre la experiencia y eludiendo los procesos burocráticos con el fin de acumular poder.
Y, al final, Trump le ha pedido muy poco a su homólogo. Mientras AMLO impidiera que los migrantes llegaran a la frontera sur de Estados Unidos (lo que en general ha hecho), la Casa Blanca no se ha molestado en averiguar qué más está sucediendo en México. Esta negligencia ha sido un regalo para un presidente con una ambiciosa agenda doméstica centrada en la concentración del poder político, incluso cuando ha tenido problemas con la economía, la seguridad y la gestión de la pandemia. Y refleja las antiguas predilecciones de AMLO de desvincularse de la política exterior y desconectar partes cruciales de la economía, como los alimentos y la energía.
Una Administración de Biden volverá a un marco de vínculos más profundo e institucional. Las relaciones entre Estados Unidos y México dependerán menos de decisiones tomadas únicamente en una oficina del ala oeste de la Casa Blanca y más de los científicos, especialistas y burócratas repartidos entre docenas de departamentos y agencias. Desde el comercio al agua, desde las prácticas laborales a la seguridad, desde los derechos humanos a las normas ambientales, el Gobierno de Estados Unidos volverá a aprovechar toda su amplitud y profundidad para orientar la formulación de políticas bilaterales.
Con más temas en la agenda, Estados Unidos estará más involucrado en el día a día de lo que está sucediendo en México. Durante los últimos cuatro años, Estados Unidos se ha referido muy poco a la corrupción, la democracia o los derechos humanos. Ha habido un compromiso limitado con la seguridad. La Casa Blanca ni siquiera ha defendido al sector privado, permaneciendo inquietantemente silenciosa cuando México restringió o canceló los contratos de las empresas de energía renovable con sede en Estados Unidos en aparente violación al nuevo T-MEC (a diferencia de más de tres docenas de miembros republicanos y demócratas del Congreso que actuaron ante el incumplimiento).
Los temas ambientales y laborales liderarán el nuevo diálogo bilateral. A medida que Estados Unidos renueve sus compromisos internacionales y limpie su propia matriz energética, se inclinará hacia sus vecinos y aliados para que hagan lo mismo. Los demócratas pondrán en práctica la supervisión laboral incluida en el nuevo acuerdo comercial T-MEC. Y revitalizarán el apoyo a los pilares básicos de la democracia: elecciones libres y justas, controles y equilibrios gubernamentales, una prensa vibrante y una sociedad civil fuerte.
Este nuevo interés y activismo pondrá a prueba la relación. Es poco probable que una Administración de Biden apruebe a las industrias mexicanas en una matriz energética cada vez más sucia. Los desafíos laborales alterarán el statu quo. Y este enfoque más agudo de Estados Unidos en los procesos institucionales de México se producirá cuando la nación se dirija hacia unas disputadas elecciones de mitad de periodo, en junio de 2021.
La migración puede convertirse en el primer foco de tensión bilateral. Las detenciones en la frontera sur de Estados Unidos han aumentado desde abril. La devastación física del huracán Eta, que hasta ahora ha desplazado a más de 300 mil personas en Nicaragua, Honduras y Guatemala, combinada con los costos económicos continuos del COVID-19 para México y Centroamérica, y la publicidad de los traficantes de personas, o coyotes, ansiosos por impulsar el negocio después de una pausa, sugieren que la ola de migrantes aumentará rápidamente.
Si bien es menos probable que una Administración de Biden arme con fuerza a México, apoyará a la nación para contener los flujos: el dañado sistema de inmigración estadounidense tiene pocas herramientas para manejar un aumento repentino de forma humana. Al mismo tiempo, los demócratas realmente se preocuparán por lo que suceda con las decenas de miles de migrantes, muchas mujeres y niños, que permanecen en el lado mexicano de la frontera.
Hay oportunidades para una cooperación bilateral más amplia. Juntas, las dos naciones pueden reducir los costos humanos y económicos de la pandemia de COVID-19. Unidas, pueden sacar un mayor provecho del cambio actual de las cadenas de suministro globales, trayendo más manufacturas a América del Norte. Pero para capturar estas posibilidades, AMLO tendrá que cambiar de dirección. Tendrá que superar sus tendencias aislacionistas y nacionalistas, y aceptar una mayor participación externa en lo que sucede en México. Deberá reconocer la base científica de la amenaza para la salud y orientar a su nación de acuerdo a ella. Tendrá que empoderar en lugar de restringir al sector privado, comenzando por la energía. Y tendrá que estar abierto a una mayor pluralidad política y al debate.
Dado el temperamento y el historial de AMLO, más atención por parte de Estados Unidos será incómoda y, con frecuencia, tensa. Pero también debería ser bienvenida. Después de todo, ese compromiso es apropiado y necesario para dos naciones que son sus socios comerciales más cercanos, que comparten la misma agua, respiran el mismo aire y cuya salud, seguridad pública y futuro económico están tan profundamente entrelazados.
*Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial, de Bloomberg LP y sus dueños. Ni de El Financiero.
Shannon O'Neil es vicepresidenta, subdirectora de estudios y miembro senior de Nelson y David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos en el Council on Foreing Relations.
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